1. Una profesión de fe
La bibliotecología más que una profesión es
un arte, una manera de ser frente al mundo, un estado de alma y una militancia
en el campo de la cultura. Es, en todo caso, una profesión de fe. Una creencia,
una confianza y una apuesta a favor del destino del hombre. Es una mística de
la existencia y una actitud frente a la vida, una vigilancia permanente en los
sueños convertidos en utopías que deambulan hace milenios por la mente de los
hombres. Es una torre de vigía estremecida que contempla y anima la gran marcha
de la civilización.
Si la bibliotecología fuera una profesión
práctica quizá el su función sería optimizar el acceso al libro y la extensión
de éste en la sociedad. Si fuera una profesión administrativa su mejor
realización podría ser gestionar y poner a punto servicios de lectura a
disposición de la comunidad, como son aquellos que se ofrecen en estos
establecimientos, integrando redes y sistemas de información. Si su propósito
fuera obtener productos poniendo en marcha unos determinados procesos, como
ocurre en las ingenierías, sus horizontes acabarían cuantificando determinados
resultados.
Sin embargo, el trabajo bibliotecario es todo
eso pero mucho más. Es una de las actividades más sobresalientes, cimeras y
hasta sagradas de la humanidad, porque son los bibliotecarios los guardianes
del templo, en quienes se ha confiado las llaves que abren y cierran el
tabernáculo del saber y los postigos de las grandes catedrales de las artes y
las ciencias.
El nombre de la profesión deriva del vocablo
libro y éste de “liber” que significa libertad, como también “espiga”. Rescata
todo lo que hay de contenidos de superación y de orientaciones para cultivar
estos ideales en el hombre y en la sociedad. Por eso, en la esencia del ser
bibliotecario late y palpita el anhelo más hondo de altruismo, verdad y poesía.
De manera directa y central se encarga de
desarrollar un “saber ser”, un “saber estar”, un “saber hacer” y un “saber
conocer”, dimensiones del ser integral de las personas y los seres humanos.
2. Lo primero es una esperanza
Las bibliotecas están integradas o compuestas
de colecciones de libros, de publicaciones periódicas y de diversidad de
materiales de otra índole. Cuentan con recursos de mobiliario y equipamiento.
Se las identifica con sus edificios, su ubicación y su calle, con sus letreros,
el nombre emblemático que llevan, con sus bienes muebles e inmuebles. Cuenta
con organigramas y un manual de funciones en donde se precisan sus fines,
objetivos y principales actividades.
Cuentan con un público usuario de rutina, al
cual se deben y en razón de quienes se desvelan abriendo cada día sus puertas y
ofreciendo servicios típicos y otros no convencionales. Tienen un presupuesto
–casi siempre escaso y que no alcanza– pero tienen usos, costumbres y
querencias que las caracterizan formalmente y que hace que su personal
permanezca envejecido tras los estantes.
Todo aquello poseen, con eso cuentan y hasta
pareciera que es aquello que las define y sustenta. ¡Pero, no! Reflexionemos:
¿qué es lo primero que las funda? ¿Qué alienta de bendito y venerable en su
base? ¿Qué anima su espíritu? ¿Cuál es su piedra angular y clave? ¿Cuál su
cimiento, su ara o su altar? La respuesta es: ¡una esperanza!
Lo que habita en el fondo de la cepa de una
biblioteca o en el alma de un bibliotecario es una esperanza, esbozada en un
anhelo de cultura, en un afán de sabiduría y traducida en una aspiración de
progreso, de cambio y transformación que a veces se sumerge tanto bajo la
rutina que desaparece y se creyera lo inverso: que es el lugar en donde nada
acontece.
Lo que hace a una biblioteca es su
intencionalidad implícita y secreta de cambiar el mundo para construir otro
mejor.
Lógicamente todo esto es aquello que está más
allá de lo inmediato y en una dimensión invisible en el mismo organigrama que
se ostenta en el salón de entrada. Está en el escondite de su apariencia
humilde, en lo recóndito de sus cuatro paredes de adobe, ladrillo o quincha que
ahora nos conmueven. Es el enigma detrás de la frente y el arcano que luce
cifrado en el umbral se la puerta. Es el mundo ideal que late al fondo de la
realidad deplorable. Es el anagrama en la visión dorada y espléndida de su
silencio arrobado, es la entelequia aleteando al fondo del cuerpo y del alma de
un niño que lee pese a tener hambre.
Esta idea fundacional de la biblioteca, esta
suerte de sueño en la raíz o el cimiento, de anhelo oculto que alienta y
palpita en su centro y en su piedra talar, es por ejemplo consolidar la
libertad para toda la América del sur en la idea fundacional de la Biblioteca
Nacional del Perú, instituida por el libertador José de San Martín en base a
los libros con que soñara la independencia americana, robustecida luego por el
trabajo paciente y tesonero del clérigo y prócer arequipeño Mariano José de Arce, biblioteca mítica como
nuestra libertad, ave fénix destruida y vuelta a construir varias veces,
saqueada, expoliada y convertida en caballeriza, muladar y botín de guerra por
la milicia chilena convertida en horda y ave de rapiña en la guerra de agresión
del año 1879.
3. Mejorar al hombre
El asunto fundamental en la concepción y el
trabajo de una biblioteca es de dónde hemos de partir. Antes que de aquello que
los libros son materialmente, de lo que no alcanzaron a ser y son más allá de
sus páginas en el aire impalpable de la tarde.
¿Está la deontología de esta actividad y
misión quizá en los libros en cuanto a esencia y contenido? ¿O, en lo que ellos
representan como sueños insepultos?
El deber ser habita más allá en el horizonte
ideal y en la utopía que queremos construir a partir de la bibliotecología.
Es mejor buscar su visión, objetivos y fines
a partir de los problemas de la gente, pero mirados con el bagaje de elementos
que un área profesional como la bibliotecología nos prodiga.
Esto significa una toma de posición y
absolver la pregunta básica del: ¿Y, todo esto, para qué? ¿Esto nos salva y
redime como humanidad?
Es desde estas cuestiones básicas desde dónde
podremos construir cuáles son los ejes de nuestra acción, de aquella que nos
justifique ante la vida y ante la historia.
Así estaremos partiendo entonces de la
lectura de la realidad, de los hechos y del compromiso social para encontrar
nuestro deber ser ante una situación desafiante como es el mundo actual,
acosado por la alienación, los intereses espurios, en donde lo trivial se ha
vuelto trascendente y lo trascendente trivial.
Hay que pensar entonces el accionar de una
biblioteca: antes que desde los estantes con los libros augustos, o desde los
recursos disponibles o desde los procesos informáticos que siempre entusiasman,
antes que incluso desde el local ubicado en alguna calle dulce o bravía, partir
digo del problema de la gente, de su hambre, de su miedo, de su desolación y de
sus grandes preguntas y esperanzas.
Es entonces cuando aparece con meridiana
claridad la exigencia y condición de ubicarse un bibliotecario no solo como un
agente cultural sino como un líder social. Y del llamado a agregar al anhelo de
sabiduría, al ideal de mejorar al hombre individual y colectivamente y al
desvelo por enaltecer la vida, el compromiso perentorio a ser un dirigente.
Fuente:
Danilo Sánchez Lihón
Instituto del Libro y la Lectura del Perú
Enlace en línea:
http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/sanchez_lihon_danilo/dia_de_la_biblioteca_y_del_libro.htm